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La campaña de Hillary Clinton cometió el error de la arrogancia. Creer que era imposible perder. Esa es una vulnerabilidad que ha derrumbado muchas aspiraciones que se veían bien cimentadas. La campaña se sintió ganadora durante mucho tiempo y eso hizo que su estrategia estuviera dirigida hacia el “supermartes” con el convencimiento de que ahí se definirían las cosas. En esta fecha se elegirían más de la mitad de los delegados, 441 para los demócratas, que votarían el candidato de la colectividad en la convención partidista. Otro ingrediente de la derrota, que se pensó que era una fortaleza, fue el desgaste del protagonismo del apellido Clinton en la política norteamericana, sumada al mensaje de la secuencia Bush – Clinton – Bush – Clinton, sonaba demasiado a dinastía lo cual terminó por ser algo negativo. Como bien lo dijo David Axelrod, jefe de campaña de Obama, «Ser un reputado símbolo de Washington no es lo que la gente busca en un año de cambio». Hillary fue una candidata tradicional que se enfrentó a un candidato novedoso, y no tuvo la capacidad de entenderlo. La candidata era percibida como una mujer fría, calculadora y poco emocional. Obama, entre tanto, era percibido como calido, espontáneo y emocional. Esa percepción trató de ser contrarrestada con las lágrimas que derramó ante las cámaras de televisión antes de las primarias de New Hampshire. Sirvió momentáneamente pero no fue suficiente. Hillary comenzó con la favorabilidad de las minorías, del voto urbano, de la intelectualidad y de la juventud y terminó con menos de un 10% del voto negro, derrotada en todos los núcleos urbanos con excepción de su distrito de Nueva York, rechazada por los intelectuales y señalada por los jóvenes como una barrera a sus renovadas ilusiones políticas. Hillary Clinton se transformó en la contienda en una caricatura de lo que alguna vez representó. En las primarias Demócratas se enfrentaron, por primera vez en la historia, un negro y una mujer. Sin embargo, ni Obama puso como centro de su campaña la discriminación racial ni Hillary la de género. No compitieron dos colectivos sino dos personalidades políticas. La diferencia estuvo en la forma como asumieron la campaña. Los errores de Clinton fueron de campaña: desorganización de su equipo; falta de una línea propia que marcara la agenda pública; acción impulsada más por fuerzas exteriores que por un plan propio, Obama le arrebató la iniciativa y no valoró el impacto de las nuevas tecnologías en la política. El equipo estratégico de Hillary centró su mensaje en la experiencia y con ello acentuó su perfil de establishment. Lo cual hizo que Obama se tomara a bandera del cambio en un momento en donde el desprestigio del gobierno impulsaba a gran parte de la población a cambiar el rumbo de la nación. Hubo una coyuntura adicional que benefició a Obama, en el tema de Irak, los dos proponían salir de allí, pero Hillary había votado a favor de la guerra en el Senado y lo asumió con honestidad, Obama, en cambio, se opuso a la guerra, aunque en esos momentos aún no era senador. Es difícil saber que hubiera hecho en ese momento de euforia patriótica de haber tenido la investidura. Hillary, sin lugar a dudas, tuvo una campaña difícil y se le abona que resistió enormes presiones y no abandonó la contienda. Lo más importante de su experiencia es que hizo posible que en algún momento, no muy lejano, pueda haber una mujer al mando de los Estados Unidos.